
El día que la historia cambió de rumbo
El 17 de octubre no fue un día histórico. Fue el día en que la historia cambió de rumbo. Una editorial que revive el origen del peronismo como grito eterno del subsuelo argentino.
El día que la historia cambió de rumbo
"Era el subsuelo de la patria sublevado."
Así lo escribió Scalabrini Ortiz, y así se volvió a escuchar, 80 años después, en una editorial que no conmemora: resucita. Que no explica: late.
El 17 de octubre de 1945 fue un día de calor y cuerpos engrasados, de brazos fornidos y gritos al unísono. “No era esa muchedumbre de domingo, con hábitos de burgués barato. Era otra cosa. Era el pueblo.”
Llegaban desde todos lados. Desde las usinas de Puerto Nuevo, los talleres de Chacarita, las hilanderías de Barracas, los pantanos de Avellaneda, las lomas de Zamora. No sabían exactamente por qué, pero sabían que tenían que ir.
“La gente lo fue a buscar, y no sabía lo que estaba pasando. Pero lo fue a buscar.”
A Perón lo habían pasado a retiro. Era su último día como militar. Y sin embargo, ese día comenzó otra vida, no solo para él, sino para millones. Lo sacaron del Hospital Militar. Lo llevaron a la Casa de Gobierno. Y lo empujaron al balcón.
“Salga, general. Estos locos nos van a prender fuego la Casa de Gobierno.”
Y salió. Y habló. Y nació otra cosa.
No fue un día histórico. Fue el día en que la historia cambió de rumbo.
Porque esa masa sudorosa, esa que hasta ese momento “solo ponía el lomo”, esa misma empezó a discutir otra cosa: la renta, los derechos, el poder.
Porque en seis meses hubo elecciones. Y ganaron.
Porque de ahí en más el aguinaldo, las vacaciones pagas, la universidad gratuita dejaron de ser promesas.
Se volvieron realidades.
Y eso no se olvida. Porque no fue un favor. Fue una conquista.
Por eso dura 80 años.
Porque los hijos de aquellos trabajadores también fueron peronistas.
Porque el peronismo fue bandera, escudo, refugio, pelea.
Y fue también poesía.
Como la de Leonardo Favio, que cantaba “Soy soldado de mi pueblo y estoy orgulloso de mi general.”
O como Discépolo, que lo gritó sin vueltas:
“Yo no lo inventé a Perón. Lo inventaste vos. Vos, que mataste obreros en Santa Cruz. Vos, que te reíste del hambre del pueblo.”
Y así sigue. Porque el 17 de octubre no fue un hecho. Fue un gesto. Una grieta en la historia.
Un temblor. Un suspiro eterno.
Y cada vez que se recuerda, no se conmemora.
Se milita.
Porque la lealtad no es pasado. Es presente.
Porque el subsuelo sigue ahí. Y cuando ruge, cambia el rumbo otra vez.